Cuentan que en cierta ocasión alguien murió dejando un testamento redactado sin signos de puntuación, tal que así:"Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco jamás se pagará la cuenta al sastre nunca de ningún modo para los jesuitas todo lo dicho es mi deseo"Evidentemente, la cosa acabó en los tribunales, ya que para uno el testamento decía:"Dejo mis bienes a mi sobrino Juan, no a mi hermano Luis. Tampoco, jamás, se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo"Pero para otro:"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¡A mi hermano Luis!. Tampoco, jamás, se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo"Y para el sastre:"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco, jamás. Se pagará la cuenta al sastre. Nunca, de ningún modo, para los jesuitas. Todo lo dicho es mi deseo"Evidentemente, para los jesuitas:"¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco. Jamás se pagará la cuenta al sastre, nunca, de ningún modo. Para los jesuitas, todo. Lo dicho es mi deseo"Dicen que al final el Juez se incautó de la herencia. Evidentemente, es muy importante escribir y puntuar con corrección.
"Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro". Así empieza el libro "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez. Y así se inicia este blog, como la primera página de un libro que, esperemos, se llena de palabras hermosas.
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